domingo, 15 de febrero de 2009

Una nueva vida



Cierta noche que estaba solo en un bar tomando una cerveza, me pareció ver a Salvador, un amigo de la universidad de quien hacía años que no tenía noticias. Parecía algo más gordo y con unas entradas en las sienes que le conferían un aspecto circunspecto y algo mayor aunque no tendría más de cuarenta porque creo recordar que era de mi misma edad, y entornando los ojos, pude comprobar con alegría que era él, así que lo llamé a mi mesa y después de unos instantes en que noté como se esforzaba él también por reconocerme, se acercó a mí con una amplia sonrisa y nos sentamos a charlar del tiempo transcurrido.

Lo primero que noté fue que ya no era el chico tímido, delgado y frágil que recordaba, sino que al contrario, tenía muy buen aspecto, se veía saludable, fuerte y sobre todo transmitía una seguridad que hasta ahora he observado en muy pocas personas. El tema de conversación era variado, primero el interés mutuo por saber cómo nos iba, a qué nos dedicábamos si teníamos familia, si guardábamos amistad con antiguos compañeros, y casi imperceptiblemente empezamos a rememorar hechos de las clases, de cuando éramos alumnos, y predominaban las risas, la despreocupación y donde no deja de ser cierto el dicho "Los mejores años son los de estudiante" por lo que siempre en un reencuentro acaba rememorándose el pasado del que afortunadamente se borran los malos sabores y cobran mayor fuerza las anécdotas graciosas, simpáticas o nobles de la juventud.

Salvador y yo habíamos estado muy unidos, porque además de asistir juntos a las mismas clases de periodismo, formábamos parte de un taller de literatura en el que eventualmente nos permitían publicar algún artículo o entrevista en la prensa local. Pero por lo general, analizábamos las obras escritas tanto de los clásicos como de los nuevos autores provenientes de España cuyos nombres comenzaban a oírse y por los cuales sentíamos un delirio y admiración ilimitada.

Recuerdo, que en la parte de análisis y hasta en conocimientos, Salvador me aventajaba con creces, sólo que su dificultad para hablar frente a otros le restaba parte de su brillantez, soliendo haber momentos en que se quedaba como petrificado, no pudiendo articular ni una sílaba; tal era el grado de su timidez. Ahora en cambio tenía ante mí a una persona locuaz de quien yo habría dicho sin ninguna duda que era un hombre "con el don de la palabra". Es verdad que conmigo había tenido confianza en años anteriores, pero nunca sin abandonar su carácter reservado. El nuevo Salvador, en cambio tenía la palabra fácil, el comentario adecuado, la sonrisa oportuna, el gesto apropiado y siempre, durante todo el rato que permanecimos sentados ante la pequeña mesa del bar, mantuvo una confianza en sí mismo desbordante, incluso hasta cuando pidió al camarero una cerveza sus ademanes fueron seguros y cordiales ¿quién se atrevería a no satisfacer los deseos de una persona así?

He de confesar que estaba sorprendido ante el cambio tan evidente que se había efectuado en mi amigo durante todos estos años que tenía sin verlo, así que recurriendo a la confianza de la que en otro tiempo habíamos disfrutado y procurando en lo posible no aparecer como indiscreto, le comenté lo mucho que me complacía verlo tan cambiado y le pregunté cuál había sido el motivo, dejando entrever que seguramente tras esa transformación tan favorable debía ocultarse la influencia de una mujer.

Salvador sonrió dejando ver unos dientes blancos y algo separados que siempre le habían conferido un aire infantil y, aproximando su silla un poco más a la mía, sin duda para crear un aire de confidencia, se dispuso a iniciar su relato cerciorándose antes de que una vez contado el mismo no le hiciera ninguna otra mención sobre el asunto y lo aceptara a él tal y como era ahora.

Comenzó su historia con palabras graves, haciéndome pensar que seguramente su narración había sido contada pocas veces o tal vez ninguna, puesto que elegía las palabras con cautela, tal vez trasladando sus imágenes y recuerdos de ese día a las frases e ideas que ahora expresaba. Así, sin más preámbulos me contó: -Poco después de haber acabado la universidad, me trasladé a una gran ciudad para buscar trabajo en un diario conocido donde introduje mis datos personales y documentos y después de mirar las notas excelentes, fui aceptado en el acto. Así que empecé como reportero, debiendo estrenarme en mis funciones con el tema de "la vida en la ciudad" a la semana siguiente. Como estaba recién llegado tanto a la ciudad como a las oficinas, me asignaron dos compañeros que me aclararían cualquier duda, me mostrarían las áreas y oficinas y el funcionamiento y dinámica del trabajo. No había transcurrido la semana cuando ambos me propusieron ir por los diferentes bares la noche del viernes a lo que accedí teniendo la seguridad de que así entablaríamos una relación de amistad que podría hacer más fácil nuestro trato profesional y de paso me haría obtener material para mi faena.

La noche transcurrió agradablemente ya que hacía buen tiempo y mis dos compañeros se esforzaban porque yo disfrutara. La pasamos bien y ya cuando pensamos que habíamos tenido suficiente diversión, decidimos volver a nuestras casas. Mario, el más joven, tenía un coche de segunda mano adquirido recientemente y se ofreció a llevarnos a cada uno a nuestro destino, a lo que accedimos dada la dificultad de encontrar un taxi a esas horas y de no disponer de otro medio de transporte.

Yo vivía en un piso que había encontrado algo retirado de la ciudad pero que me salía más económico, y ya habíamos recorrido más de medio camino cuando el coche se estropeó, a lo que decidimos ir andando hasta mi piso y desde allí pedir una grúa y un taxi para mis compañeros. Caminábamos con paso rápido por las calles apenas alumbradas deseando la improbabilidad de ver un taxi que nos recogiera. No había pasado ni un cuarto de hora cuando de pronto, vimos que frente a nosotros había un grupo de chicos con vestimenta llamativa y algo estrafalaria; solo transcurrieron unos segundos, aquella pandilla nos había visto y se dirigían hacia nosotros, eran siete u ocho, la verdad no lo recuerdo, solo sé que tuve tiempo de voltear a ambos lados y ver como mis dos amigos salían corriendo mientras yo trataba en vano de mover las piernas para ir tras ellos sin conseguirlo.

Quedé paralizado. De nada sirvió la lucha interior que se produjo dentro de mi, mientras sentía como se iban aproximando hasta donde yo estaba a la vez que me rodeaban; tenía tan cerca esos rostros aceitunados y sudorosos con una expresión que delataba entre extrañeza y malicia pudiendo notar sus rasgos y verlos gesticular palabras cuyo sonido no llegaba a percibir.

Sentí que estaba acabado, sabía que no podía hacer nada, más que abandonarme a lo que pasara, era una especie de rendición antes de la lucha, a la cual trataba de rebelarme-. En este punto Salvador se detuvo e hizo un ademán al camarero quien nos trajo otro par de cervezas y un platito con olivas. Y prosiguió. - Te juro que traté en vano de mover alguna parte de mi cuerpo, la que fuera, notando como mi mente estaba muy atenta y sin embargo lejana de lo que pasaba en el exterior, de lo que me rodeaba, de ese chico que me gritaba amenazante mientras los otros permanecían a la espera mirando a ambos: a su jefe y a ese otro que era yo y que continuaba impertérrito pareciendo desafiarles al no querer pronunciar ni siquiera una palabra.

El jefe de la pandilla exclamó “¡Es una actitud muy valiente la tuya, sin duda alguna, sobre todo teniendo en cuenta que somos mayoría!” Mientras que su desconcierto le hacía dar un vistazo a su alrededor para comprobar que yo realmente estaba solo.

Vi como cogía una botella por el cuello y la estrellaba contra el suelo haciendo un movimiento brusco, quedándose con un trozo afilado que puso frente a mi cara, mientras yo con mi mirada inalterable continuaba observándolo sin pestañear. Por lo que, llegado a este punto, su perplejidad no tenía límites, así que despidiéndose de mí me dijo: “El valor es una cualidad admirable por lo que mereces mis respetos” y bajando la botella hizo una señal a sus compañeros y se alejaron lentamente.

Transcurrieron unos segundos y empezaba a notar mi sangre circulando fuertemente por mis muñecas, y sentir como mis músculos iban adquiriendo su flexibilidad acostumbrada, cuando aparecieron mis dos amigos que habían permanecido ocultos tras un muro observando toda la escena. Estaban sorprendidos de mi actitud y de la forma en que les había hecho frente y a sus ojos me había convertido en un héroe.

Ese lunes, al llegar a mi trabajo, todos conocían la historia de mi valor al enfrentarme con la pandilla y yo nunca conté mi secreto. Con frecuencia pienso en lo que pasó entonces, para mí fue una lección, un conocerme más a mi mismo y además ver bajo otra perspectiva los diferentes matices e interpretaciones que puede llegar a tomar el comportamiento humano. Creé una nueva imagen de mí en una ciudad nueva donde nadie me conocía y al actuar siempre bajo esa apariencia adquirida ha hecho que ya no la pueda arrojar de mí. Y de todas formas, siempre me digo, que al fin y al cabo gracias a esa noche, tengo un buen puesto donde hago lo que me gusta, encontré una esposa estupenda, tengo excelentes amigos, llevo una buena vida que ha dependido enteramente de un instante en el que le saqué partido a mi mayor defecto convirtiéndolo ante los demás en una virtud y transformando mi existencia por completo-. Mi amigo terminó aquí su relato con una sonrisa de aquellas de la universidad. Sabía que yo no lo delataría. Yo también le sonreí y alzando nuestros vasos, brindé a su salud.

3 comentarios:

Paco Bailac dijo...

Llegué para dejarle un saludo.


pacobailacoach.blogspot.com

Carolina Padrón dijo...

Gracias por visitar mi blog.

Un saludo,
Carolina

Catilustre dijo...

Hola, Carolina!
te paso este regalito que me pasaron! :-)
hazlo cuando te apetezca, es divertido... Un beso a todos!

http://catilustre.blogspot.com/2009/02/7-things.html