domingo, 8 de marzo de 2009

domingo, 15 de febrero de 2009

Una nueva vida



Cierta noche que estaba solo en un bar tomando una cerveza, me pareció ver a Salvador, un amigo de la universidad de quien hacía años que no tenía noticias. Parecía algo más gordo y con unas entradas en las sienes que le conferían un aspecto circunspecto y algo mayor aunque no tendría más de cuarenta porque creo recordar que era de mi misma edad, y entornando los ojos, pude comprobar con alegría que era él, así que lo llamé a mi mesa y después de unos instantes en que noté como se esforzaba él también por reconocerme, se acercó a mí con una amplia sonrisa y nos sentamos a charlar del tiempo transcurrido.

Lo primero que noté fue que ya no era el chico tímido, delgado y frágil que recordaba, sino que al contrario, tenía muy buen aspecto, se veía saludable, fuerte y sobre todo transmitía una seguridad que hasta ahora he observado en muy pocas personas. El tema de conversación era variado, primero el interés mutuo por saber cómo nos iba, a qué nos dedicábamos si teníamos familia, si guardábamos amistad con antiguos compañeros, y casi imperceptiblemente empezamos a rememorar hechos de las clases, de cuando éramos alumnos, y predominaban las risas, la despreocupación y donde no deja de ser cierto el dicho "Los mejores años son los de estudiante" por lo que siempre en un reencuentro acaba rememorándose el pasado del que afortunadamente se borran los malos sabores y cobran mayor fuerza las anécdotas graciosas, simpáticas o nobles de la juventud.

Salvador y yo habíamos estado muy unidos, porque además de asistir juntos a las mismas clases de periodismo, formábamos parte de un taller de literatura en el que eventualmente nos permitían publicar algún artículo o entrevista en la prensa local. Pero por lo general, analizábamos las obras escritas tanto de los clásicos como de los nuevos autores provenientes de España cuyos nombres comenzaban a oírse y por los cuales sentíamos un delirio y admiración ilimitada.

Recuerdo, que en la parte de análisis y hasta en conocimientos, Salvador me aventajaba con creces, sólo que su dificultad para hablar frente a otros le restaba parte de su brillantez, soliendo haber momentos en que se quedaba como petrificado, no pudiendo articular ni una sílaba; tal era el grado de su timidez. Ahora en cambio tenía ante mí a una persona locuaz de quien yo habría dicho sin ninguna duda que era un hombre "con el don de la palabra". Es verdad que conmigo había tenido confianza en años anteriores, pero nunca sin abandonar su carácter reservado. El nuevo Salvador, en cambio tenía la palabra fácil, el comentario adecuado, la sonrisa oportuna, el gesto apropiado y siempre, durante todo el rato que permanecimos sentados ante la pequeña mesa del bar, mantuvo una confianza en sí mismo desbordante, incluso hasta cuando pidió al camarero una cerveza sus ademanes fueron seguros y cordiales ¿quién se atrevería a no satisfacer los deseos de una persona así?

He de confesar que estaba sorprendido ante el cambio tan evidente que se había efectuado en mi amigo durante todos estos años que tenía sin verlo, así que recurriendo a la confianza de la que en otro tiempo habíamos disfrutado y procurando en lo posible no aparecer como indiscreto, le comenté lo mucho que me complacía verlo tan cambiado y le pregunté cuál había sido el motivo, dejando entrever que seguramente tras esa transformación tan favorable debía ocultarse la influencia de una mujer.

Salvador sonrió dejando ver unos dientes blancos y algo separados que siempre le habían conferido un aire infantil y, aproximando su silla un poco más a la mía, sin duda para crear un aire de confidencia, se dispuso a iniciar su relato cerciorándose antes de que una vez contado el mismo no le hiciera ninguna otra mención sobre el asunto y lo aceptara a él tal y como era ahora.

Comenzó su historia con palabras graves, haciéndome pensar que seguramente su narración había sido contada pocas veces o tal vez ninguna, puesto que elegía las palabras con cautela, tal vez trasladando sus imágenes y recuerdos de ese día a las frases e ideas que ahora expresaba. Así, sin más preámbulos me contó: -Poco después de haber acabado la universidad, me trasladé a una gran ciudad para buscar trabajo en un diario conocido donde introduje mis datos personales y documentos y después de mirar las notas excelentes, fui aceptado en el acto. Así que empecé como reportero, debiendo estrenarme en mis funciones con el tema de "la vida en la ciudad" a la semana siguiente. Como estaba recién llegado tanto a la ciudad como a las oficinas, me asignaron dos compañeros que me aclararían cualquier duda, me mostrarían las áreas y oficinas y el funcionamiento y dinámica del trabajo. No había transcurrido la semana cuando ambos me propusieron ir por los diferentes bares la noche del viernes a lo que accedí teniendo la seguridad de que así entablaríamos una relación de amistad que podría hacer más fácil nuestro trato profesional y de paso me haría obtener material para mi faena.

La noche transcurrió agradablemente ya que hacía buen tiempo y mis dos compañeros se esforzaban porque yo disfrutara. La pasamos bien y ya cuando pensamos que habíamos tenido suficiente diversión, decidimos volver a nuestras casas. Mario, el más joven, tenía un coche de segunda mano adquirido recientemente y se ofreció a llevarnos a cada uno a nuestro destino, a lo que accedimos dada la dificultad de encontrar un taxi a esas horas y de no disponer de otro medio de transporte.

Yo vivía en un piso que había encontrado algo retirado de la ciudad pero que me salía más económico, y ya habíamos recorrido más de medio camino cuando el coche se estropeó, a lo que decidimos ir andando hasta mi piso y desde allí pedir una grúa y un taxi para mis compañeros. Caminábamos con paso rápido por las calles apenas alumbradas deseando la improbabilidad de ver un taxi que nos recogiera. No había pasado ni un cuarto de hora cuando de pronto, vimos que frente a nosotros había un grupo de chicos con vestimenta llamativa y algo estrafalaria; solo transcurrieron unos segundos, aquella pandilla nos había visto y se dirigían hacia nosotros, eran siete u ocho, la verdad no lo recuerdo, solo sé que tuve tiempo de voltear a ambos lados y ver como mis dos amigos salían corriendo mientras yo trataba en vano de mover las piernas para ir tras ellos sin conseguirlo.

Quedé paralizado. De nada sirvió la lucha interior que se produjo dentro de mi, mientras sentía como se iban aproximando hasta donde yo estaba a la vez que me rodeaban; tenía tan cerca esos rostros aceitunados y sudorosos con una expresión que delataba entre extrañeza y malicia pudiendo notar sus rasgos y verlos gesticular palabras cuyo sonido no llegaba a percibir.

Sentí que estaba acabado, sabía que no podía hacer nada, más que abandonarme a lo que pasara, era una especie de rendición antes de la lucha, a la cual trataba de rebelarme-. En este punto Salvador se detuvo e hizo un ademán al camarero quien nos trajo otro par de cervezas y un platito con olivas. Y prosiguió. - Te juro que traté en vano de mover alguna parte de mi cuerpo, la que fuera, notando como mi mente estaba muy atenta y sin embargo lejana de lo que pasaba en el exterior, de lo que me rodeaba, de ese chico que me gritaba amenazante mientras los otros permanecían a la espera mirando a ambos: a su jefe y a ese otro que era yo y que continuaba impertérrito pareciendo desafiarles al no querer pronunciar ni siquiera una palabra.

El jefe de la pandilla exclamó “¡Es una actitud muy valiente la tuya, sin duda alguna, sobre todo teniendo en cuenta que somos mayoría!” Mientras que su desconcierto le hacía dar un vistazo a su alrededor para comprobar que yo realmente estaba solo.

Vi como cogía una botella por el cuello y la estrellaba contra el suelo haciendo un movimiento brusco, quedándose con un trozo afilado que puso frente a mi cara, mientras yo con mi mirada inalterable continuaba observándolo sin pestañear. Por lo que, llegado a este punto, su perplejidad no tenía límites, así que despidiéndose de mí me dijo: “El valor es una cualidad admirable por lo que mereces mis respetos” y bajando la botella hizo una señal a sus compañeros y se alejaron lentamente.

Transcurrieron unos segundos y empezaba a notar mi sangre circulando fuertemente por mis muñecas, y sentir como mis músculos iban adquiriendo su flexibilidad acostumbrada, cuando aparecieron mis dos amigos que habían permanecido ocultos tras un muro observando toda la escena. Estaban sorprendidos de mi actitud y de la forma en que les había hecho frente y a sus ojos me había convertido en un héroe.

Ese lunes, al llegar a mi trabajo, todos conocían la historia de mi valor al enfrentarme con la pandilla y yo nunca conté mi secreto. Con frecuencia pienso en lo que pasó entonces, para mí fue una lección, un conocerme más a mi mismo y además ver bajo otra perspectiva los diferentes matices e interpretaciones que puede llegar a tomar el comportamiento humano. Creé una nueva imagen de mí en una ciudad nueva donde nadie me conocía y al actuar siempre bajo esa apariencia adquirida ha hecho que ya no la pueda arrojar de mí. Y de todas formas, siempre me digo, que al fin y al cabo gracias a esa noche, tengo un buen puesto donde hago lo que me gusta, encontré una esposa estupenda, tengo excelentes amigos, llevo una buena vida que ha dependido enteramente de un instante en el que le saqué partido a mi mayor defecto convirtiéndolo ante los demás en una virtud y transformando mi existencia por completo-. Mi amigo terminó aquí su relato con una sonrisa de aquellas de la universidad. Sabía que yo no lo delataría. Yo también le sonreí y alzando nuestros vasos, brindé a su salud.

miércoles, 14 de enero de 2009

Natacha


Sale el sol. Natacha se despereza en la cama y con lentitud se levanta, se dirige hacia el baño y se mira en el espejo; ya no se extraña de que su tez sea tan blanca, casi transparente. Le toma mucho tiempo asearse y vestirse, pero en realidad no tiene gran cosa por hacer durante el día. Al llegar a la cocina nota con sorpresa que hoy es un día diferente, su hermana la felicita, está preparando una torta, su torta: es su cumpleaños.

Con movimientos lentos, Natacha comienza a desempeñar las sencillas tareas que le corresponden dentro del hogar: doblar las servilletas para colocarlas en un bonito servilletero, único adorno que ostenta la mesa del comedor, llenar las vasijas de agua, regar las plantas que decoran el interior de la vivienda.

Le gustaba mucho más su casa, años antes, cuando vivían sus padres y sus hermanas no se habían casado, ya que siendo la menor de ocho hermanos era la más querida, ahora en cambio sólo quedaban en la casa ella, una de sus hermanas y el único varón del matrimonio; y a veces la soledad se le hacía insoportable.

Terminadas las labores, Natacha acostumbra pasearse por un pequeño jardín de la casa; le gusta ese lugar, lleno de plantas con sus verdes y su infinito colorido, es un mundo aparte donde se escucha el silencio y el rumor del aire cálido y se combinan olores: algunos suaves, otros extrañamente penetrantes. Es su lugar, podría pasar horas enteras allí, quedarse extasiada ante cualquier cosa que atrape su atención, o disfrutar del sólo hecho de estar, y contemplar la débil sombra de sus plantas preferidas proyectada sobre el piso; algunos árboles no permiten el paso directo de los rayos de luz al jardín, no en demasía, lo cual hace que el lugar sea perfecto.

De nuevo sopla el viento y, esta vez, lo siente mover sus cabellos con delicadeza.

-Natacha-

Escucha a lo lejos la voz de su hermana que la llama, deberá cuidar el pastel mientras se cuece. A un lado hay un gran espejo, se observa: frágil, aunque es gruesa, cabellos muy negros, lisos, que caen sobre sus hombros y rostro fino, en extremo blanco donde destacan sus ojos negros también, algo achinados ... que la delatan. Trata de entrar en ese otro mundo ocupado más allá de la imagen que ve, hay cosas que se parecen a ella: inaccesibles. Ese otro mundo detrás del espejo, el mundo mágico y mudo de las plantas, pero más delicados y frágiles ambos...y ella. Están aquí pero no forman parte, es no pertenecer a nada.

Pasa el tiempo, ¿Cuánto tiempo? ¿Qué es el tiempo? ¿Acaso existe?

LLegan algunos amigos de la família, y también, qué alegría, sus hermanas quienes la felicitan mientras Natacha sonríe con timidez e ingenuidad, es la niña eterna, está feliz y ¿Cómo no estarlo?

La casa está llena de gente pero Natacha está sola, abre sus regalos, todos le gustan y su mirada lo expresa.

Cantan cumpleaños, hay risas, alegrías, pero surge la pregunta indebida, la sin intención: -¿Cuántos años cumples Natacha?- Pregunta una acompañante de una amiga de la familia.

Natacha lo piensa, en realidad no lo sabe.

Una de sus hermanas rápidamente contesta -Cumple veintidos- A lo cual añade la invitada -Lástima que sea así, es casi hermosa -.

La hermana se apresura a responder otra vez: -No es una lástima, es nuestro orgullo y alegría, su mentalidad siempre será la de una niña, hay que cuidarla toda la vida y tratarla con cariño y amor, lo cual hace que seamos un poco más conscientes de nuestras debilidades y en cierta forma un poco más humanos.

Natacha observa, escucha, ¿Pero lo hace? ¿Acaso es posible que las palabras lleguen a ella? ¿Acaso es possible sacarla de su encierro?

Llega la noche, Natacha se duerme, el tiempo continuará transcurriendo igual, mientras ella aguarda el día en que alguien quiera ver cómo es realmente, quiera escuchar lo que a nadie ha dicho ni podrá decir con palabras, sino sólo hacer sentir a quien sea capaz de percibir, de ver un poco más allá de lo aparente.

Tal vez alguien quiera entrar en su mundo o ayudarla a salir, ya que sola no se atreve, aunque puede sentir débilmente que son muchas las cosas hermosas afuera y que debe ser agradable descubrirlas. Pero también es posible que ese día tan anhelado jamás llegue y sin embargo, Natacha continúa esperando.


lunes, 29 de diciembre de 2008

sábado, 22 de noviembre de 2008

Día tras día


A veces el destino nos hace una mala jugada, dejándonos una sensación extraña y la interrogante de si realmente somos nosotros quienes hacemos nuestra vida y la dominamos tal como queremos o ésta se vale de pequeños artilugios para decir "No, esto no depende de ti, ha de suceder de esta manera". Pero muchas veces sorprende el hecho de hacerse evidente en cosas pequeñas, en detalles que casi pasan desapercibidos y que están relacionados con la cotidianidad. Son circunstancias que surgen en determinado momento de la vida haciéndonos reflexionar y hasta cambiar una forma de actuar, un hábito...una ilusión.

Así le sucedió al señor Pier.

El señor Pier era un extranjero. Había llegado al nuevo mundo hacia los años sesenta, en aquel tiempo en que miles de inmigrantes salieron de sus países con la idea de buscar una vida mejor. Eran jóvenes llenos de esperanza, de ilusiones en un futuro grande en cualquier lugar lejos de su Patria donde conseguirían lo que ésta no les diera ni les daría nunca.

Esta misma idea impulsó al entonces joven Pier a dejar a sus seres queridos.

Quería probar suerte, hacer fortuna, cambiar de vida con el fin de superarse y lograr un mejor porvenir para él y para su familia.

Pier siempre estaba alegre y tenía esa vena fuerte que deben tener los aventureros para no dejar helar la sangre ante cosas que a otros paralizarían.

Salió de su país una mañana soleada, mirando todo aquello que dejaba, sabiendo que no lo volvería a ver. El barco se alejaba lentamente de la orilla desplegando una estela blanca y creando la falsa ilusión de que, de alguna manera, unía el barco al muelle dejado.

Divisó a su familia y, a un lado, triste y solitaria, pero más hermosa que nunca, a Gracia: su esposa. Quedaba con la promesa de que algún día cuando él se estableciera se reunirían.

Lo que sintió en lo que pareció un interminable viaje, no es tarea fácil de describir, es una especie de emoción y curiosidad por las cosas nuevas que se van a encontrar pero también mucha tristeza por lo que se queda, se deja parte de uno mismo en el sitio dejado y a la vez se es consciente que, de regresar, no se será nunca más el que se fue, ese otro será un desconocido que te mirará con desdén, tal vez te censure y seguramente estará en desacuerdo con gran parte de tus ideas.

Después de muchos días vislumbró a lo lejos una franja de tierra: variedad infinita de colores ocres y verdes; anchura, grandeza y belleza ilimitada: Sudamérica.

Se estableció en un pequeño pueblo de clima frío y altas montañas, donde la gente lo acogió con amabilidad, aunque con reserva; consiguió empleo en una panadería donde trabajó arduamente para traer a su esposa y para pagar una pequeña casa, la cual primero alquiló y más tarde logró comprar. Años más tarde abriría su propia panadería.

Había un sueño que siempre había acompañado al señor Pier: desde que se estableció, día tras día, antes de comenzar con su trabajo, compraba un billete de lotería. Era un ritual, se levantaba temprano, desayunaba, luego salía de su casa y caminaba hasta la venta de periódicos donde, después de comprar la prensa local, preguntaba que número había salido el día anterior y luego compraba su número, siempre el mismo, diciéndose "algún día ganaré"

Pasó el tiempo, los días, los meses, los años; el número no salía, pero todos los días sin excepción, por muy mal tiempo que hiciese, o por mucho trabajo que tuviese que hacer, el señor Pier lo compraba y le decía a Gracia, a sus hijos y a sus amigos: -Algún día tendrá que salir-." Y se reía con esa risa suya alegre, bonachona y contagiosa.

Una mañana de junio, después de tomar su desayuno, se disponía a irse a su trabajo, cuando un fuerte dolor lo impidió. Llamó a su esposa, quien acudió pronto a su lado, él miró sus ojos grises y sintió que el mundo daba vueltas a su alrededor, mientras que un dolor intenso en el pecho hacía imposible articular palabra alguna.

Entre Gracia y sus hijos llevaron al señor Pier a la clínica más cercana. Había sufrido un infarto, pero se recuperaría.

Pasó el día y la noche entre exámenes cuidados de médicos y enfermeras. Su familia no se alejó ni un momento de la sala de espera y acudieron muchos amigos preocupados por su salud y deseando su mejoría. Llegó la mañana y, con ella, la buena noticia, había pasado el peligro, pronto podría regresar a casa y, con cuidados, podría llevar una vida normal.

Gracia entró en la habitación donde estaba el señor Pier, pálido, con unos años más que apenas el día anterior, él se volvió a mirarla, le sonrió y antes de decir cualquier cosa y como si conociera la respuesta preguntó -¿Qué número ha salido ayer? - A lo que Gracia respondió sin dudar -Ha salido tu número-.

El señor Pier la miró unos instantes, luego miró a través de la ventana que daba a un jardín. Las cortinas habían sido abiertas hacía apenas un momento y ya el sol comenzaba a inundar la habitación con su luz. Él sonrió una vez más y volviéndose a mirarla le dijo: "-Definitivamente, no era para mí-"

sábado, 15 de noviembre de 2008

Oleos

Caffe del Tasso - Bergamo

Enosalumeria - Como

sábado, 1 de noviembre de 2008

Acuarelas

















Altafulla - Botigues de Mar